
Era un día extremadamente ventoso en la Ille de la Cite lo que nos empujó a penetrar con presteza en el interior de la Catedral de Notre Dame, magnífico resultado de la competencia de un obispo ostentoso con el abad de San Denis por tener la catedral más grande de la cristiandad, pero lo que encontramos al adentrarnos en sus naves fue todo lo contrario de lo que uno espera, un ambiente místico de respetuoso silencio, al contrario, cientos de personas se aglomeraban en cada uno de los rincones del templo parloteando alegremente en cada una de las lenguas del planeta tierra mientras un joven sacerdote oficiaba misa frente al coro en el centro de la nave.
Pero allí estaban ellos, como ajenos a lo que ocurría a su alrededor encendiendo una velita delante de un cristo que parecía prestarles toda su atención mientras pensaba: "Menos mal que alguien se acuerda de mi".
"Dios mio, Dios mio ¿Por que me has abandonado?"